Con los ojos herméticamente cerrados y con una sonrisa despampanante en sus labios, Camille dibujaba a Isabella en su mente. Contorneaba sus curvas y recreaba cada centímetro de su cuerpo. Recordaba incluso la forma de su nariz, de sus manos, la figura de sus ojos, cada rizo de su cabello y festejaba alegremente cada detalle de la chica. Saboreaba intensamente su ensueño como si se tratase de una tajada de ambrosía.
Inspiraba todo el aire que le cabía en los pulmones alargando cada segundo para retenerlo en su interior. Inspiraba tan fuerte y su sonrisa crecía dando lucidez a sus rasgos, haciendo parecer que tramaba algo.
Tumbada en el piso no hacía otra cosa que soñar a Isabella y recibir los vestigiales rayos del sol otoñal. Las flores de los árboles comenzaban a caer sobre el rostro de Camille, haciendo que su excesiva palidez se exacerbara de forma celestial. Era un día soleado, aunque muy frío, pero Camille guardaba cierta tibieza en el alma. Jugueteaba con el viento. Abría y cerraba los ojos sin esquivar las acacias cayendo sobre si. Estaba en completa armonía con su realidad.
Camille humedeció sus labios, inspiró por la boca y en un acto de rebeldía dió fin al preciado silencio."Isabella... He descubierto que no te amo". Dijo sin esperar una respuesta.
El corazón de Isabella un tanto confundido se dispuso a entender la declaración de Camille. "Yo tampoco te amo Camille". Respondió, pero ella si precisaba una respuesta.
- Me explico. Cuando digo que no te amo, es porque quiero decir justamente lo contrario.
Tras unos segundos el corazón de Isabella volvió a su habitual serenidad, pues sabía que había entendido las palabras de Camille.
- Entiendo. Siento que sobrepasamos hace mucho tiempo los “te amo”, el amor ya no alcanza para expresar lo que generas en mi. Te amo, te adoro, egoístamente te quiero y generosamente te dejo volar lo más alto que necesites. Cada vez que quieras que mis brazos sean tu nido, puedes tener la certeza de que lo serán.
Camille reunió todas las emociones provocadas por las palabras de Isabella y encausó sus energías en un abrazo infinito hacia ella. El abrazo eufórico hizo que ambas rodaran colina abajo, impregnando sus cuerpos de hojas secas y hierba fresca. Besos apasionados reprimían la respiración de las chicas. Rodaron kilómetros, tal vez muchas vidas. No importaba. Rodaban y eso era lo importante.
Los impetuosos jugueteos acabaron de súbito.
Camille, quien estaba prisionera entre la hierba y el cuerpo de Isabella, sonriente y de un impulso arrebatado, acomodó su cuerpo sobre el su amada, permitiendo que fuera ella ahora la prisionera.
- Me haces tan dichosa. He visto cosas que no podrías imaginar, cosas que te estremecen el alma, cosas capaces de hacerte enloquecer de dolor. Pensé que ya nada podía conmoverme, pensé que era inmune a los sentires del mundo y aquí me tienes... Sin poder explicarme ésto que creas en mi. Es tan grande el sentimiento y tan pocas las palabras para describirlo, y siento que en un arranque de locura y en una sinfonía de besos podría perder la vida... o quitarte la tuya. Siento temor de mis actos, siento niveles de pasión tan elevados que podría devorarte lentamente, comer cada espacio de ti para que vivas en mí y ya no preocuparme por dejarte ir. Me llevaré tu presencia para que no se vaya y siempre vuelva. Comeré tu cuerpo, engulliré tus ojos y la paz reinará en mí. Luego el arrepentimiento golpeará mi puerta, pero ya no tendré nada que perder, porque serás parte de mí y de mí ya no puedo perder nada.
Respiraré al fin dichosa al sentirme satisfecha, saciada de tu amor, probablemente con rastros de tu sangre aun en mis labios.