Isabella pasaba horas y horas cantando bajo los árboles, se acomodaba en un viejo tronco, cerraba sus ojos y dejaba que sus pensamientos fueran llevados por la música que creaban las aves de aquel bosque... Ella sólo pretendía poder respirar, respirar la esencia de aquel lugar y llenarse completa de aromas ajenos a los propios.
Isabella, que era una chica afortunada por tener todo aquello que pedía, no conseguía ser feliz... se sentía tremendamente incompleta, pués veía como al llegar de cada otoño las hojas de los árboles comenzaban a ceder ante la fuerza del viento y el color rosa de las flores ahora había dado paso a muchos tonos dorados. Pero, no era ésto lo que inquetaba el corazón de Isabella, sino esa eterna soledad a la que no lograba acostumbrarse por mucho tiempo que llevara sintiéndola.
Así pasaba sus días... tranquila, sumida en una soledad abrumadora, que tan sólo a veces parecía confortarla. Un día, después de ver muchas flores caer víctimas del viento, decidió dar un paseo, le habían contado de un lago maravilloso que nacía en tierras muy lejanas y que terminaba muy cerca de donde ella se encontraba. En efecto, era un paisaje increible, de esos que la gente suele poner en sus postales, asique Isabella se sentó junto a aquel lago y perdió su mirada en él, intentando encontrar el comienzo de aquel paraíso, o tal vez, intentando encontrar un remedio a tanta soledad. Creyó que su anhelo le jugaba una cruel broma al ver como se dibujaba una silueta a lo lejos, por unos segundos nisiquiera pestañó y dudó de su cordura, siguió mirando incansable... Se hacía tarde y la figura apenas y se veía un poco más grande, pero eso no importaba, sus latidos se hacían fuertes... ¡Había pasado tanto tiempo desde la última vez que un forastero pasaba por ese pueblo solitario!... Esperó... pasaron horas, muchas horas en las que no pudo hacer otra cosa más que mirar como la figura se acercaba, sentía unas ansias espantosas... Se puso de pié y comenzó a caminar por la orilla del lago, en dirección a la figura, quería ir a su encuentro, sus ansias crecían y sus piés se movían más de prisa, llevaba casi un trote, luego comenzó a correr... se desesperaba!, y mientras más corría más lejos parecía estar, corrió con todas sus fuerzas al encuentro de la figura, no miraba hacia atrás ni por un segundo, jamás se detuvo a pensar en lo que hacía, solo correr la hacía libre... libre para olvidar el otoño y las flores cayendo!... De pronto, se detuvo bruscamente y se quedó muy quieta, pudo sentir a la figura en frente suyo, pero no pudo darle una forma humana, no reconoció qué era... su respiración se detuvo también, pero su emoción y sus ansias aumentaron a niveles desbordantes. Lo siguiente que vió fue el baile del cabello de otra chica guiado por el viento... y fue lo más hermoso que vió en su vida!... esa imágen fue seguida por un aroma extrañamente peculiar que le hacía sentir como en casa. Miró a su alrededor... era el mismo viejo tronco, el mismo otoño, el mismo árbol y las mismas flores cayendo de él... Pero ésta vez, las flores no caían al suelo para formar parte del ciclo de la vida... ésta vez las flores caían en el pelo de una chica, en las manos de la chica, en sus ojos, en sus labios...
Isabella nunca vió un ser tan mágico, y doy fé de que no espera hacerlo... Ese momento se hizo eterno! Isabella había quedado sin palabras porque sabía en el fondo de su alma quién era ésta chica. Su nombre era Camille y se habían conocido "una vez, en un sueño".
Isabella quedó perdidamente enamorada de Camille, y desde entonces, cada otoño, Isabella espera bajo el mismo árbol a que Camille venga desde tierras lejanas a sentarse junto a ella y atrapar flores para darles un nuevo destino. Vale aclarar que Isabella ya nunca más volvió a sentirse sola.
1 Semillas de Amapola:
Quise escribir la historia como aquellos cuentos que mi padre leía para mi por las noches cuando era una niña, porque muchas veces he deseado volver a ser esa niña despreocupada, volver a esa inocencia y no verme forzada a crecer cada día... duele mucho crecer, te hace vulnerable, pero es necesario, así somos mejores personas.
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Invitación: vientos cálidos y sumisos me llevan a plasmar trozos de alma. Te envio esos vientos para que puedas hacer lo mismo.
Un beso fraterno y un abrazo infinito.