Un pequeño lugar... [ Un pequeño rastro ]

Trozos de vida, trozos de sueños, trozos de historias y de anhelos... Todos, reunidos en éste pequeño lugar. Marquemos caminos, dejemos rastros... Pequeños o grandes: los recuerdos se vuelven inmortales.

Pero han cerrado el paraíso a cal y canto... Debemos dar una vuelta al mundo para ver si se han dejado abierta una puerta trasera. (HEINRICH VON KLEIST, Sobre el teatro de Marionetas)


Rincón del Poeta.

Quisiera hablar de ti a todas horas en un congreso de sordos,
enseñar tu retrato a todos los ciegos que encuentre.
Quiero darte a nadie
para que vuelvas a mí sin haberte ido.
Extracto: "Otra carta" - Jaime Sabines

Poesía Lésbica

La vida sin ti es una cosa sin sangre, sin razón alguna. Tú eres [mi casa] ,mi hogar, tú misma. En ti está mi centro.
(Y el solo quererte me purifica). Ella es el abandono, la confianza completa.

Gabriela Mistral - Niña Errante [Cartas a Doris Dana]

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Ideas en (Des)Uso


Su cuerpo se entregaba insípido a la frialdad de las sábanas. Estaba completamente quieta. Su boca estaba entreabierta para permitirle expulsar los hondos sollozos que le ahogaban. Sus mejillas rojas y heladas eran la ruta preferida de lágrimas nacientes de sus ojos, los que cerraba débilmente pero como si estuviesen engrapados.
Sus brazos descansaban sobre su cabeza inmóvil. Su cuello se veía más hermoso que de costumbre (ésta vez estaba desnudo). Su cabello caía rendido sobre la almohada y rozaba sus hombros un tanto encogidos.
El resto de su cuerpo estaba petrificado. Su debilidad le calmaba el alma poco a poco. Los únicos músculos que se manifestaban eran los correspondientes a una respiración moribunda y el único signo de dolor era el vació que existía en su pecho: en ese mismo lugar donde un día estuvo su corazón.

Acacias [Extracto de un libro que aun no tiene nombre]

Con los ojos herméticamente cerrados y con una sonrisa despampanante en sus labios, Camille dibujaba a Isabella en su mente. Contorneaba sus curvas y recreaba cada centímetro de su cuerpo. Recordaba incluso la forma de su nariz, de sus manos, la figura de sus ojos, cada rizo de su cabello y festejaba alegremente cada detalle de la chica. Saboreaba intensamente su ensueño como si se tratase de una tajada de ambrosía.

Inspiraba todo el aire que le cabía en los pulmones alargando cada segundo para retenerlo en su interior. Inspiraba tan fuerte y su sonrisa crecía dando lucidez a sus rasgos, haciendo parecer que tramaba algo.

Tumbada en el piso no hacía otra cosa que soñar a Isabella y recibir los vestigiales rayos del sol otoñal. Las flores de los árboles comenzaban a caer sobre el rostro de Camille, haciendo que su excesiva palidez se exacerbara de forma celestial. Era un día soleado, aunque muy frío, pero Camille guardaba cierta tibieza en el alma. Jugueteaba con el viento. Abría y cerraba los ojos sin esquivar las acacias cayendo sobre si. Estaba en completa armonía con su realidad.

Camille humedeció sus labios, inspiró por la boca y en un acto de rebeldía dió fin al preciado silencio."Isabella... He descubierto que no te amo". Dijo sin esperar una respuesta.

El corazón de Isabella un tanto confundido se dispuso a entender la declaración de Camille. "Yo tampoco te amo Camille". Respondió, pero ella si precisaba una respuesta.

- Me explico. Cuando digo que no te amo, es porque quiero decir justamente lo contrario.

Tras unos segundos el corazón de Isabella volvió a su habitual serenidad, pues sabía que había entendido las palabras de Camille.

- Entiendo. Siento que sobrepasamos hace mucho tiempo los “te amo”, el amor ya no alcanza para expresar lo que generas en mi. Te amo, te adoro, egoístamente te quiero y generosamente te dejo volar lo más alto que necesites. Cada vez que quieras que mis brazos sean tu nido, puedes tener la certeza de que lo serán.

Camille reunió todas las emociones provocadas por las palabras de Isabella y encausó sus energías en un abrazo infinito hacia ella. El abrazo eufórico hizo que ambas rodaran colina abajo, impregnando sus cuerpos de hojas secas y hierba fresca. Besos apasionados reprimían la respiración de las chicas. Rodaron kilómetros, tal vez muchas vidas. No importaba. Rodaban y eso era lo importante.

Los impetuosos jugueteos acabaron de súbito.

Camille, quien estaba prisionera entre la hierba y el cuerpo de Isabella, sonriente y de un impulso arrebatado, acomodó su cuerpo sobre el su amada, permitiendo que fuera ella ahora la prisionera.

- Me haces tan dichosa. He visto cosas que no podrías imaginar, cosas que te estremecen el alma, cosas capaces de hacerte enloquecer de dolor. Pensé que ya nada podía conmoverme, pensé que era inmune a los sentires del mundo y aquí me tienes... Sin poder explicarme ésto que creas en mi. Es tan grande el sentimiento y tan pocas las palabras para describirlo, y siento que en un arranque de locura y en una sinfonía de besos podría perder la vida... o quitarte la tuya. Siento temor de mis actos, siento niveles de pasión tan elevados que podría devorarte lentamente, comer cada espacio de ti para que vivas en mí y ya no preocuparme por dejarte ir. Me llevaré tu presencia para que no se vaya y siempre vuelva. Comeré tu cuerpo, engulliré tus ojos y la paz reinará en mí. Luego el arrepentimiento golpeará mi puerta, pero ya no tendré nada que perder, porque serás parte de mí y de mí ya no puedo perder nada.

Respiraré al fin dichosa al sentirme satisfecha, saciada de tu amor, probablemente con rastros de tu sangre aun en mis labios.


Cabaret

Se cumplían 2 años de la muerte de Helena, pero Camille aun no se acostumbraba a la idea. Habían sido once años de una relación en la que fueron inmensamente felices. Aprendieron a compartir, a respetarse, a ceder y a escuchar, a escapar de la rutina y a alimentar la ilusión, a ir en rumbos similares apoyandose mutuamente, a disfrutar de momentos simples, del silencio en compañia.
Helena esperaba ansiosa el regreso de su amada. Por su parte, Camille llevaba siempre alguna sorpresa para Helena. Cada tarde lluviosa de invierno, ambas preparaban el acostumbrado ritual. Camille pasaba a la licorería por vino de camino a casa, mientras Helena apartaba algunos muebles de la sala de estar para generar más espacio. Al llegar Camille se despojaba de su abrigo en medio de incontenibles besos para Helena que había acumulado durante todo el día y entre risas, pasión y juegos lograba ponerse algo de vestir más cómodo. Luego venía encender la chimenea, la música, abrir cortinas y ventanas para que el lugar se impregnase de humedad de invierno. Lo ultimo era que Helena pagara la luz y Camille sirviera el vino. Los preparativos habían terminado. Habían sido llevado a cabo meticulosamente, sagradamente; dejando en sus bocas sonrisas complices al realizar cada una de las actividades. Era como si fuese un secreto de estado, el más grande tesoro, una maldad de niños pequeños carentes de aventuras.
Ahora solo faltaba dar rienda suelta a ese alocado amor que ambas se juraban. Pasaban hora sentadas en la alfombra junto a la chimenea. Conversaban de tantas cosas como podían recordar, guardaban tantos silencios como podían disfrutar, bebían el vino que les apetecía y jamás pusieron límites para nada. Sus corazones estaban en sintonía y como unicos testigos existentes de lo que allí ocurría, estaban el candente fuego y el aroma a invierno.

Había sido una relación perfecta, que para pesar de Camille, no se olvidan en un abrir y cerrar de ojos. Y ahora... ahora que el destino le había negado a Camille la posibilidad de seguir amando, ella había quedado sumida en la nada. Todo su precioso universo fue enterrado junto al cadáver de Helena.
Aun por las noches, antes de salir de la oficina, se quedaba unos minutos con el retrato de Helena en sus manos - ese que limpiaba y arreglaba minuciosamente cada mañana al llegar, ese que aun ocupaba un lugar sagrado en su escritorio - y liberaba una que otra lágrima; esa era su forma de despojarse de tanto dolor.
Si al menos hubiese tenido la oportunidad de despedirse o de llevar flores a su tumba tal vez las cosas hubiesen sido menos dolorosas e incluso menos traumáticas, pero después del accidente, la familia de Helena culpó tajantemente a Camille y decidió cremar los restos de la chica, prohibiendo a Camille presenciar el acto y ocultándole el paradero de las cenizas de su amada.
Cuando era niña y adolescente Helena solía practicar ballet. Desde muy pequeña inició sus pasos en aquel arte. Practicaba su pasión con energía y dedicación. Jamás se le vió doblegarse a pesar de su corta edad y de lo dificultoso que pudiera parecerle esa disciplina. Era una niña común y feliz , hasta que un día desafortunado se le descubrió una desviación en su creciente columna vertebral, lo que le impidió seguir bailando y por muchos años se mantuvo fuera de ese ambiente. Cuando conoció a Camille, sus ganas de volver al escenario y mostrarle su gran pasión, la llevaron a retomar la danza a pesar de las advertencias de los médicos y los reclamos de sus padres.






Al fin llegaba el gran día en que los dos amores de Helena estarían reunidos en un mismo lugar: el ballet y Camille. Helena había forzado mucho su cuerpo para lograr la perfección, pero se sentía revitalizada.
El telón se abrió, la música comenzó y con ella el más hermoso baile que Helena pudiera interpretar... 1,2,3 piruetas asombrosas, el público expectante, intento fallido de una cuarta pirueta y el cuerpo de Helena se vió caer del altísimo escenario, mientras el público se levantaba de su asiento y Camille corría hacia ella... Cuando llegó a su lado, Helena estaba inconsciente. Lo siguiente fueron un sinnúmero de riesgosas operaciones en la columna, que el cuerpo de Helena no pudo soportar y que sepultaron a Camille en un mar de culpas propias y ajenas. Se ensimismó desde entonces.

Rebeca que entraba a la oficina en el momento en que Camille lloraba con el retrato en sus manos, se acercó a Camille suavemente, tocó su hombro casi con miedo y reuniendo valor para pronunciar palabra susurró,
Vamos Camille, es hora de comenzar a olvidar.
¡Yo jamás podré olvidar Rebeca!, dijo Camille casi gritando y mirando a Rebeca con cierta ira en sus ojos.
¡Helena está muerta, asúmelo de una vez, ya no puedes hacer nada!, utilizando un tono más alto que Camille.
Camille volteó y dió una bofetada a Rebeca, sintiendo sus ojos llenarse de lágrimas incontrolables una vez más. Le reclamó su falta de tacto y le insultó cruelmente. Descargó en Rebeca toda esa ira y frustración que sentía por haber perdido a Helena. Explotó en lluvia de ofensas que no tardó en retirar, pués pudo darse cuenta de su error. Después de todo no era Rebeca la culpable de lo ocurrido y aunque debió hacer un gran esfuerzo por ahogar su llanto, sacar la voz y esconder su rabia, finalmente sacudió su cabeza y dijo,
Perdóname Rebeca, no quise dañarte, pero sabes que aun duele tanto, ¡aun pesa tanto la culpa, ella solo vivía para darme gusto, yo debí impedirselo, debí cuidarla, yo debiera ser la muerta, no ella!. Rompió en llanto al terminar de hablar.
Tranquila, seca tus lágrimas. Dijo Rebeca pasándole un pañuelo y abrazando a Camille. Terminó su frase diciendo,
¡Tengo una idea!. Voy a llevarte a un lugar para que cambies de aires y hagas nuevas cosas, no quiero verte llorar, quiero que te recuperes. Déjame intentarlo.

Rebeca, que aunque bella era malvada en demasía y cuya mente se encontraba siempre al borde de la demensia, guardaba tras ese aparente gesto de amistad, un retorcido secreto. Recurrentes aberraciones venían a su cabeza, sugerentes imágenes aterradoras para el comun de la gente. Idealizaciones de Camille recorriendo el cuerpo de Helena, imaginar el momento en la que ésta perdia la vida la llevaban a niveles orgasmicos desmesurados. Cada noche al menos 5 orgasmos múltiples azotaban su cuerpo, se masturbaba incansablemente inventando situaciones de muertes diferentes para Helena y en todas ellas veía a Camille disfrutar del frio cuerpo del cadáver. Le excitaba inexplicablemente incluso visualizar a Camille entre sus propias piernas, sufriendo, llorando mares por su amada muerta, lamiendo su sexo con desesperación y manchandole la pubis de rimel corrido a causa de las lágrimas. Cuanto placer le daba el sufrimiento de su amiga, cuanto ella misma llegó a amar a Camille en sus momentos de angustia. Tan macabra era su mente, que se había propuesto hacer infeliz a Camille, solo para disfrutarla en sus momentos de dolor.

Camille no tuvo más opción que ceder ante la insistencia de Rebeca.
Rebeca, siempre he sabido que tu sentido común no es tu mayor virtud, pero... ¿Traerme a un cabaret?, Preguntó desconcertada, llevando su mano derecha a su sien.
Prometiste que me darías una oportunidad... ¿si?, ¡¡por favoooor!!, Suplicó Rebeca, mientras parpadeaba rápidamente. Ven, vamos a divertirnos.
Rebeca emocionada abrió la puerta de par en par. Era un lugar menos vulgar de lo que Camille se imaginaba, pero aun así tenía un aspecto desconfiable.
Era una costrucción bastante antigua. Por su fachada se le catalogaba como cabaret facilmente. Al entrar podían verse muchas mesas algo ocultas por la oscuridad del lugar y el humo de cigarrillos. Al fondo podía divisarse un escenario con miles de luces coloridas sobre él, que daban un espectáculo casi abrumante. La música sonaba a todo lo que daba.

En el momento en que Camille cruzó la puerta, un silencio extraño se produjo, incluso se escuchaba el sonido de sus tacones al pisar, aunque la música no se había detenido. Las miradas cayeron sin contemplaciones sobre ella. Camille era una mujer que no pasaba inadvertida, ella destacaba entre la multitud. Más alta que el promedio, pero sin sobrepasarlo demasiado, delgada, de tez muy blanca, nariz refinada, labios rosados y un ligeramente ondulado cabello largo que recogía en una alta cola de caballo y que tenía la misma tonalidad dorada de sus ojos. Su belleza era hipnotizante. Evidentemente guapa, pero era su garbo, su elegancia, delicadeza y distinción lo que enfocaban en ella las miradas. Era una mujer que llena los espacios en cuanto llega, una mujer que en vez de caminar parece flotar en el aire. Casi salida de un cuento de hadas.

Para no llamar más la atención, Camille sostuvo el brazo de Rebeca y le condujo al primer asiento libre que encontró. Una vez que todo mundo volvió a lo suyo, se acomodó en la mesa, al mismo tiempo que se acercaba a ella una chica voluptuosa en ropa diminuta para ofrecerle algo de beber.

Una primavera sin alcohol para mi, por favor. Dijo Camille sin mirar a la chica, sintiéndose
algo sonrojada al saberla en esas fachas, y profundamente incómoda, pues quería salir rápido de allí.
¡Que va cariño, olvida eso!, que sean 2 whiskys en las rocas. Guiñándole el ojo a la camarera y sabiendo que Camille no bebía.
¡Rebeca!, ¿Quieres matarme?...
¡Lo prometiste! Con un tono de niña pequeña decepcionada.
Camille, que no tenía fuerzas para defender su voluntad, sólo se limitó a cumplir los deseos de Rebeca.
Aun dentro de su asombro al verse sentada en aquel lugar oscuro de dudosa reputación, bebió el licor que no tardaron en traer. Al no ocurrirsele que más hacer, se dejó llevar por la insistencia de Rebeca y pronto perdió la cuenta de la cantidad de whisky que bebió, pero éste ya empezaba a pasarle la cuenta. Ligeramente mareada quiso levantarse de la silla, coger su cartera e irse, pero Rebeca la detuvo diciendo que aun faltaba lo mejor, finalmente la convenció recordandole que no podría conducir en ese estado.
Volvió a sentarse resignada, mientras las luces cambiaban su rítmo y los aplausos desenfrenadados causaban estruendos en sus oídos. Música, humo... un espectáculo típico de cabaret y "ella" bailando. Camille quedó impresionada por la belleza de la bailarina, entre todas, esa chica destacaba notablemente. Por un momento la bailarina fijó sus ojos que se ocultaban tras un antifaz, en los ojos de Camille, y a pesar de que en su vida había estado con muchas mujeres, e incluso hombres, jamás había visto belleza semejante, jamás se había perdido en unos ojos, jamás había sentido verdadero interés por una persona.
¿Qué tenían esos ojos de especial?, ¿Por qué le era tan irresistible esa mujer?, ¿Quién era?, ¿Que haría una mujer como ella en un lugar como ese?. Fueron preguntas que la cabeza de Isabella no pudo evitar generar.

Se llama Isabella y es una de las chicas más cotizadas del lugar, pero ella no es sólo una bailarina de Cabaret, ella no se conforma con eso, ella es de las que cobra por el amor que entrega. ¿Entiendes, verdad Camille?, Aclaró Rebeca al ver el evidente asombro de Camille quien estaba embobada con los ojos verdes tras el antifaz, asíque solo asintió con la cabeza.

Isabella bailaba sin dejar de contemplar a Camille, la miraba con un deseo que no se molestaba en ocultar, descaradamente bajó su mirada destinándola a las piernas de Camille, que estaban descubiertas casi por completo al resbalar su falda impulsada por su anterior intención de marcharse. Bajó del escenario, iba entera cubierta de noche; extendió su mano invitando a Camille a cogerla; ella cogió la mano de Isabella abandonando la comodidad de su silla; Rebeca las miraba horrorizada; Isabella liberó sus ojos del antifaz y rodeó la cintura de Camille con su brazo; la fuerza que ejerció Isabella puso en contacto ambos cuerpos; Camille rendida, se entregó por completo al beso de la bailarina.

La mañana siguiente llegó cargada de confusión. Camille no podía creer que había pasado la noche con una completa desconocida, y no con cualquier desconocida, ¡sino que nada menos con una prostituta de cabaret!. Las medias, bragas y el corsé de Isabella estaban en el suelo confirmando los temores de Camille. Miró a su al rededor. Era un lugar bastante bonito, con una ambientación acorde a los fines con que había sido construído, a pesar de ello, era un sitio elegante, digno de cualquier dama de sociedad. Siguió el recorrido con los ojos, vió a Isabella que dormía junto a ella, se veía tan hermosa, tan diferente a la noche anterior, había dejado de ser el juguete sexual que jugueteaba cada noche sobre el escenario, ahora era simplemente una mujer; de esencia, sabores y colores semejantes al suyo.
Se vistió rápidamente, dejó dinero sobre la mesita de junto y un papel en el mismo lugar que decía "Gracias".
Cuando Isabella despertó, Camille se encontraba ya muy lejos, fumando un cigarro y bebiendo café. Al levantarse encontró el dinero, lo guardó como con cada cliente, pero ésta vez quedaba una extraña sensación en ella. La sustanciosa cantidad de dinero que había dejado Camille no le satisfizo. Daba más importancia a sus besos y caricias, al olor de su piel, al trato amable, a la delicadeza, a las curvas perfectas del cuerpo de Camille. Por primera vez podía decir que no había sido trabajo, sino... algo que no podía describir. Sacudió su cabeza para liberarse de dichos pensamientos y volver a sus quehaceres.
Era un mundo turbio, competitivo e infinitamente triste y ella una mujer de un corazón de piedra, endurecida por la vida, inmensamente ambiciosa, marioneta del dinero y la buena vida, jamás hizo nada que no fuera para sacar provecho. Había renunciado al amor muchas veces, pues ella esperaba un pretendiente que le diera todos los lujos que ella pidiera.
Años atrás había tomado una mala decisión. Siguió a un tipo que le prometía grandes riquezas. No tuvo mucho que pensar, ella vivía en un pueblito lejano del mundo, por lo que abandonó a su familia y puso su destino en manos del hombre que la condujo a ese mundo que aborrecía, pero que le daba su mayor anhelo, el dinero.


Golpeaban la puerta de la habitación en que estaba Isabella. Tardó un segundo en reaccionar y abrió la puerta pensando que era Camille, pero no. ¿Puedo pasar?. Preguntó Rebeca cerrando la puerta tras de si.
Isabella no entendía la razón que guardaba Rebeca para pedirle tal cosa, pero ya que la paga era buena, aceptó sin preguntar.



El reloj apuntaba las 5 menos cuarto de la tarde y Camille apuraba el paso para no retrasarse en su reunión, llena de papeles caminaba por las calles sin fijarse en nada más.
Isabella salia entonces de una tienda y víctimas del destino ,en realidad presas de las intenciones de Rebeca, chocaron. Dejando caer todo cuanto traían en las manos.
¡Perdón!, que tonta soy, no vi por donde venía. Se disculpó Isabella agachandose a recoger las cosas.
No te preocupes linda, con la prisa que llevaba no te he... Interrumpiendose de pronto y pareciendo recordar. ¡Oh, yo a ti te conozco, tu eres la chica de la otra noche!, ¿verdad?... ¡Que pena contigo!, es que no acostumbro a beber y mi amiga me... Dijo Isabella sin alcanzar a terminar la frase.
No te preocupes, tranquila estoy acostumbrada. Interrumpiendo a Camille al verla sonrojada
y... ¿Qué haces aquí?, ¿Cambiaste el color de tu cabello, verdad?, Preguntó Camille aun recogiendo las cosas del piso.
Bueno, no soy bailarina de cabaret las 24 horas del día... y... si, lo tinturé. ¿Te gusta?
Si, te sienta muy bién el pelo rojo, es solo que así me eres muy familiar, te pareces mucho a alguien que yo cono... interrumpiéndose a si misma. ¡Ay, perdón! , no quise incomodarte. Déjame recompensarte, acepta un café. Dijo Camille con tono insistente y sincero.
Gracias por la invitación, pero tienes prisa. Si quieres volver a verme, sabes donde y como hacerlo. Diciendo esto, dió la media vuelta caminando con paso seguro, pués sabia que Camille la buscaría.

Camille asistió a su reunión y como de costumbre demostró ser brillante en lo que hacía, pero su cabeza estaba puesta en Isabella, en sus ojos, en su antiguo pelo negro ondulado que ahora era tan semejante al de Helena, en sus labios rojos. No supo bién como acabó la reunión.

Trece días después, la puerta del Cabaret volvió a abrirse para Camille y se formó la misma conmoción que la primera vez. Ahora no estaba bajo el efecto del alcohol asique su corazón latia apurado. Subió las escaleras, habitación 204 le habían dicho. Golpeó. Isabella no tardó en abrir la puerta.
- Pensé que vendrías antes, pasa.
Si, era la misma bailarina de la primera noche. Los mismos ojos verdes, la misma frivolidad, la misma ambición, pero algo había cambiado en ella, su pelo, tal vez su ropa o su perfume. Jamás había recordado tanto a Helena. Se liberó de aquella analogía muy pronto decidiendo no prestarle atención.



Estos encuentros amorosos se mantuvieron clandestinos por mucho tiempo, Isabella recibiendo dinero de Rebeca quien la obligaba a cambiar su apariencia física e incluso su conducta; y de Camille. Mientras la propia Camille ignoraba lo que acontecía en sus narices. Lo cierto era que ya no podía negarse el parecido entre ambas... Helena e Isabella parecían una misma persona en algunos momentos. ¿ y como no parecerse, si Rebeca se esmeraba en que Isabella adoptara las costumbres de Helena, que usara su ropa, que aprendiera algunos gestos, que imitara su tono de voz?. A Rebeca parecía no importarle más que su propia satisfacción y no reparaba en nada para lograrlo.

Dejaron de verse en el cabaret, ahora Isabella iba hasta la casa de Camille, cosa que no le desagradaba, porque era una casona enorme, antigua, lujosa. Ella bien podría adaptarse a aquel lugar. Seguía pareciendole extraña la actitud de Rebeca, pero estaba recibiendo mucho dinero y su ambición crecía cada día, además, aunque no se atrevía a confesarlo, ese juego le gustaba. Le traía recuerdos del pasado. 12 años tenía cuando su tía preferida se había metido en su cama una noche, quitandole todo rastro de virginidad a su cuerpo, dejandola insensible contra el mundo y sintiendo un fuerte deseo por las mujeres. Este juego le recordaba aquellos días en que su tía iba cada noche a mostrarle como “jugaban” los adultos, que aunque se esperaba que provocaran en ella un trauma, había generado lo contrario. Era un placer culpable y reprimido, que muchas veces la amargaba y avergonzaba.

Pronto las visitas de Isabella fueron mas frecuentes, Camille ya no se conformaba con tenerla unas pocas horas, ella quería poseer a Isabella todo el día, cada día, cada instante. Los encuentros en su casa no bastaban, Isabella comenzó a ir a la oficina de Camille y a todos lados donde ella estuviera. Esque para Camille no se trataba de simple deseo, ella creia haber empezado a vivir nuevamente, a amar, a desear a una mujer. Le obsesionaba todo de Isabella, había abandonado sus silencios y su prudencia. Detestaba saber a Isabella con alguien más, quería pagar todas sus horas para que nadie mas pudiese tocarla o mirarla y en efecto, lo hacía. El recuerdo de Helena la perseguía constantemente, pero era una conducta inconciente para Camille. Ya no distinguia entre ficción y realidad.

Camille entraba al cabaret despues de mucho tiempo, pero ésta vez sin formalidades ni cortecía, subió corriendo la escalera y abrió la puerta de la habitación de Isabella.
Rebeca, ¿Tu qué haces aquí? Preguntó Cmille con voz desconcertada e incredula.
¡Camille!, Helena y yo te estabamos esperando, vine a ayudarle a prepararte una sorpresa. Dijo con una paz que daba escalosfrios.
Pero, ¿Qué dices mujer?, Helena está muerta, ella es Isabella... mi Isabella. Camille trataba de convencer a Rebeca de lo que estaba diciendo.
Camille ya no distinguía bién lo que veían sus ojos, sentía tanta confusión en su cabeza, que solo pudo sentarse y llorar.
Rebeca se acercó a ella, la abrazó y susurró en su oído,
Lo sé, pero... ¿No te das cuenta?, Helena está hecha cenizas, el deseo y la pasión que existia entre ambas está ahora convertido en putrefacción. En cambio, Isabella está aquí... Está aqui para interpretarte los más hermosos bailes. Su carne es hermosa, sus piernas, su cuerpo entero es tan parecido al de Helena. Hasta su aroma se parece, sus labios se parecen. ¿Recuerdas cuanto te excitaba ver a Helena tumbada en la cama?, ¿Por qué no miras un poco mejor?, Isabella y Helena... ambas sobre un escenario muy alto, ambas cayendo accidentalmente al vacio, ¿A quién salvarías Camille?
Camille que no disponía de cordura, se acercó a Isabella ,quien asustada esperaba tumbada en la cama y se abalanzó sobre su cuerpo, con su mente llena de funerales, accidentes, bailes, escenarios, cabellos negros y rojizos, ojos verdes, medias y corsés. Despojó su cuerpo de la ropa que llevaba y con un deseo animal comenzó a besar a Isabella, a recorrer su cuerpo con su boca, a respirar muy hondo el olor de su piel, a convertirla cada vez más en Helena.
Rebeca, sentada en un sofá veía la escena y colaba sus manos bajo su falda, esaba húmeda, sedienta de placer que solo la nostalgia y sufrimiento de Camille podrían darle. Retorcía su cuerpo con gemidos ahogados cada vez que oía a Camille sollozar.
Camille continuaba introduciendo sus dedos en el sexo de Isabella, viendo a Isabella, convirtiendola en Helena y recordando las palabras de Rebeca. Si, su cuerpo estaba en cenizas putrefactas. Comenzó a sentir un calor incontrolable en sus venas y a tocar el cuerpo de Isabella con repugnancia. Sentia asco de sus besos, de su piel, le molestaba cada razgo de Isabella, le clavaba la similitud de ambas como cuchillos en la cabeza. Dirigió sus manos al cuello de Isabella y sin medir su fuerza comenzó a apretarlo. Era como si su alma se hubiese marchado de pronto y se hubiese convertido en una vestia bizarra y despiadada.
Rebeca estaba completamente fuera de si. Quería mas placer, asique se acercó a la cama y besó los hombros de Camille, quién soltó el cuello de Isabella que estaba morada por la asfixia, pero aun con vida; para besar los labios de Rebeca, la besó apasionadamente al principio, cerró sus ojos, rodeó la cintura de Rebeca con sus brazos, la arrojó a la cama, acarició su sexo, sus senos, su pecho, su cuello y sin contemplación alguna, apretó sus manos hasta que el cuerpo de Rebeca dejó de resistirse y se entregó por completo a la muerte.
Camille despertó de su trance algo aturdida y sin saber bién que había hecho, Isabella que ya se encontraba recuperada, abrazó a Camille fuertemente para que pudiera romper en llanto. Por primera vez Isabella estaba haciendo algo sin pedir nada a cambio.


FIN


Agradecimientos especiales: a Polonesa, por apoyar mi profundo odio hacia Rebeca y aconsejarme quitarle protagonismo, a Pauli, por su mente retorcida y darme las pautas de la historia cuando estaba estancada y a Pao por soportar éstos días de escritura y tener que leer el cambio de la historia millones de veces.

Había una vez, en un país muy lejano... una chica llamada Isabella:




Isabella pasaba horas y horas cantando bajo los árboles, se acomodaba en un viejo tronco, cerraba sus ojos y dejaba que sus pensamientos fueran llevados por la música que creaban las aves de aquel bosque... Ella sólo pretendía poder respirar, respirar la esencia de aquel lugar y llenarse completa de aromas ajenos a los propios.
Isabella, que era una chica afortunada por tener todo aquello que pedía, no conseguía ser feliz... se sentía tremendamente incompleta, pués veía como al llegar de cada otoño las hojas de los árboles comenzaban a ceder ante la fuerza del viento y el color rosa de las flores ahora había dado paso a muchos tonos dorados. Pero, no era ésto lo que inquetaba el corazón de Isabella, sino esa eterna soledad a la que no lograba acostumbrarse por mucho tiempo que llevara sintiéndola.
Así pasaba sus días... tranquila, sumida en una soledad abrumadora, que tan sólo a veces parecía confortarla. Un día, después de ver muchas flores caer víctimas del viento, decidió dar un paseo, le habían contado de un lago maravilloso que nacía en tierras muy lejanas y que terminaba muy cerca de donde ella se encontraba. En efecto, era un paisaje increible, de esos que la gente suele poner en sus postales, asique Isabella se sentó junto a aquel lago y perdió su mirada en él, intentando encontrar el comienzo de aquel paraíso, o tal vez, intentando encontrar un remedio a tanta soledad. Creyó que su anhelo le jugaba una cruel broma al ver como se dibujaba una silueta a lo lejos, por unos segundos nisiquiera pestañó y dudó de su cordura, siguió mirando incansable... Se hacía tarde y la figura apenas y se veía un poco más grande, pero eso no importaba, sus latidos se hacían fuertes... ¡Había pasado tanto tiempo desde la última vez que un forastero pasaba por ese pueblo solitario!... Esperó... pasaron horas, muchas horas en las que no pudo hacer otra cosa más que mirar como la figura se acercaba, sentía unas ansias espantosas... Se puso de pié y comenzó a caminar por la orilla del lago, en dirección a la figura, quería ir a su encuentro, sus ansias crecían y sus piés se movían más de prisa, llevaba casi un trote, luego comenzó a correr... se desesperaba!, y mientras más corría más lejos parecía estar, corrió con todas sus fuerzas al encuentro de la figura, no miraba hacia atrás ni por un segundo, jamás se detuvo a pensar en lo que hacía, solo correr la hacía libre... libre para olvidar el otoño y las flores cayendo!... De pronto, se detuvo bruscamente y se quedó muy quieta, pudo sentir a la figura en frente suyo, pero no pudo darle una forma humana, no reconoció qué era... su respiración se detuvo también, pero su emoción y sus ansias aumentaron a niveles desbordantes. Lo siguiente que vió fue el baile del cabello de otra chica guiado por el viento... y fue lo más hermoso que vió en su vida!... esa imágen fue seguida por un aroma extrañamente peculiar que le hacía sentir como en casa. Miró a su alrededor... era el mismo viejo tronco, el mismo otoño, el mismo árbol y las mismas flores cayendo de él... Pero ésta vez, las flores no caían al suelo para formar parte del ciclo de la vida... ésta vez las flores caían en el pelo de una chica, en las manos de la chica, en sus ojos, en sus labios...
Isabella nunca vió un ser tan mágico, y doy fé de que no espera hacerlo... Ese momento se hizo eterno! Isabella había quedado sin palabras porque sabía en el fondo de su alma quién era ésta chica. Su nombre era Camille y se habían conocido "una vez, en un sueño".
Isabella quedó perdidamente enamorada de Camille, y desde entonces, cada otoño, Isabella espera bajo el mismo árbol a que Camille venga desde tierras lejanas a sentarse junto a ella y atrapar flores para darles un nuevo destino. Vale aclarar que Isabella ya nunca más volvió a sentirse sola.

Una de muchas.

Camille había dado el primer paso, estaba detrás de Isabella, absorbiendo su esencia desenfrenadamente, respirando el dulce aroma de la chica y llevandose todos sus años de niñez. Se enredaba en su cabello, acariciaba su piel y posaba sus labios sobre los hombros de Isabella, Isabella apenas podía sentir el contacto de esos labios, pero definitivamente podía sentir un fuego, ese mismo fuego que noche tras noche la envolvía al pensar en aquella mujer que le robaba la vida. Sentía como su respiración se agitaba despiadamente e incluso podía sentir los pechos erguidos de Camille en su espalda.
Una atmósfera confusa y cargada de emociones contradictorias, llenaban el lugar... Una atmósfera que le impedía a Isabella pensar claro, y que la obligaban a ceder ante la fuerza con la que su amada la apretaba contra su cuerpo, y como la recorría por completo, con un roce único, casi imperceptible. Isabella dejó de respirar algunos segundos, su cuerpo se tensó: cada uno de sus músculos se volvió de piedra y su corazón parecía querer escapar de su pecho... sintió como sus brazos y piernas temblaban semejando castañuelas...
Una voz repentina apagó los cálidos sueños de Isabella y se vió de pronto rodeada de realidad...
Lo único existente era ella y las palabras de Camille, pidiéndole que saliera pronto del baño porque se le hacía tarde para llegar a la oficina... Isabella tardó un tiempo en reaccionar, pues no quería aceptar que todo lo ocurrido, no había sido más que una de sus alocadas fantasías...

Y esque Isabella sabía que Camille era tan sólo un recuerdo hipotéticamente lejano, pues entre ellas se había interpuesto un ice-berg de frustraciones y rutina, que habían matado cada instante de felicidad, cada mariposeo en el estómago y cada intención de verse guapa... Ya nada de eso importaba, hace años que Camille había dejado de usar tacones, de maquillarse y hasta de decir “te amo”, ya no llegaba a las citas con Isabella y los “te extraño” eran cada vez menos frecuentes. Por su parte, Isabella seguía soñando con aquella mujer de la cual estaba enamorada, aun podía sentir el aroma de Camille en su ausencia, recordaba su voz a cada minuto y extrañaba su presencia en la cama cada vez que Camille debía irse lejos por trabajo... Ahí quedaban sus sueños y añoranzas, ahí quedaban sus anhelos y sus ganas de seguir cada vez que ella se acercaba a Camille con la intención de sonsacarle un solo beso, pero no conseguía más que un desprecio.

Ambas sabían que la situación no daba para más, que debían ponerle término a la situación porque las estaba matando lentamente, aunque Camille era una mujer fuerte, nada parecía afectarle, en cambio Isabella sentía como todo su ser se desvanecía en el silencio.

Una vez más, Isabella tomó valor, titubeó un poco, tragó saliva e intentó apaciguar a los dinosaurios que vivían en su estómago y que se alimentaban de sus miedos... movió lentamente su mano, alcanzando el hombro de Camille que dormía a su lado, entreabrió sus labios y con la voz algo descoordinada pudo decir con esfuerzo un pobre: “aun te amo”... Esperó... pasaron 2,3,4, 7 segundos interminables y ninguna respuesta. Insistió acariciando el hombro de su amada, pero ésta no esbozó movimiento alguno... Casi convencida de su fracaso, Isabella retomó su posición inicial y aunque intentó ser fuerte (ya que Camille odiaba verla llorar), no pudo contenerse y una lágrima bajó muy lento por su mejilla. De pronto, en la oscuridad de la noche y el silencio de su agonía, Isabella escuchó un “yo también te amo aun” que le devolvió los colores a su vida, entonces los dinosaurios de su estómago comenzaron a danzar con más fuerza que nunca, pero ésta vez no se alimentaban de miedo, ésta vez sólo había esperanza. Los ojos de Isabella se cerraron y en sus labios volvieron a dibujar una sonrisa, ahora ella podía dormir tranquila, pues aun había un rayito de esperanza, aun podía luchar por Camille.
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"La medicina, el derecho, el comercio, la ingenieria son carreras nobles y necesarias para dignificar la vida, pero la poesía, la belleza, el romanticismo, el amor son las cosas que nos mantienen vivos"

...que de bueno hay en esto? Respuesta: Que tu estas aqui, que existe la vida y la identidad, que prosiga el poderoso drama y que tu puedes contribuir con un verso.