Día a día, contando los minútos, las horas... Volviéndose eterna en la espera estaba Isabella. Sentada sobre una mesedora antigua arrimada a la ventana. Miraba el cielo que se pintaba color crepúsculo. Oía solamente el sonido de su respiración. Intentaba poner la atención suficiente y guardar el silencio necesario como para escuchar los latidos de su corazón, pero simplemente este ya no latía. Ya no estaba su corazón dentro de su pecho, hacía mucho tiempo que había regalado su corazón a otra persona. Había regalado su alma a la misma persona que pacientemente, incansablemente esperaba.
No se distinguía por su paciencia, más sus ojos aprendieron a mirar el horizonte dibujando la silueta de su amada, simplemente esperando a verla pasar frente a su casa. Había aprendido a ser perseverante, desde niña le dijeron que "el que persevera, alcanza" y Dios era testigo de su insistencia.
No tenía prisa, más temía que el amor que alojaba en su pecho un día la hiciera explotar en destellos de desesperación. ¿Has visto fuegos artificiales en el cielo alguna vez? Pués ella los sentía nacer en su estómago y estallar justo en donde un día estuvo su corazón.
Estaba dispuesta a esperar el tiempo que fuera necesario: Esa y otras vidas. Sabía que un amor así, tan de película, tan intenso, tan eterno, sólo tendría paz el día en que Alejandra volviera por ella.
Pasaría eternidades en esa mesedora. Inviernos y veranos completos tejiendo hilos de su destino, imaginando momentos y amasando esperanzas.
Por su mente pasaban los más extraños pensamientos. Ya casi había olvidado como hablar, pués lo más importante de su vida sucedía dentro de su cabeza.
Sintió agobio unas mil veces. Se desesperó, intentó huír y correr tan lejos como sus pies se lo permitieran, pero por alguna extraña razón, al terminar el día, ella siempre volvía a la mecedora vieja a hacer lo que mejor sabía hacer: Esperar.
Estaba convencida de sus actos. No encontraría un amor como el que tenía. Había amado antes, pero jamás el otoño de alguien le trajo tanta felicidad.
Había noches tibias en las que cerraba los ojos y se atravía a imaginarla. A tomar sus manos entre sueños, besar sus labios y no dejarla ir. Casi podía sentirla. Su piel se erizaba deseando solo un beso. Otras noches era más osada: Daba rienda suelta a sus instintos y usaba sus labios para cubrir de besos imaginarios el cuerpo de su amada. Desbordaba pasíon y deseo.
La pensaba tanto que Alejandra sin sospecharlo, ya era el mundo entero de Isabella. No recordaba ya su vida pasada ni otros amores. Era feliz a su manera, esperando hacer sus anhelos realidad.
Esa chica era la razón de su vida, era sus ojos. Era quién esculpía sonrisas en su rostro y calmaba sus ansias.
Su vida estaba detenida, paralizada hasta el encuentro. Porque todos esperamos algo para seguir viviendo, algo que reanude nuestra existencia y nos haga libres al fin.
Dedicado a todas aquellas personas que esperan que la vida les regale alguna cosa. Dejo esta canción para amenizar las horas. Quienes esperan entenderán que cada segundo cuenta y cada ayuda vale.
En especial a usted señorita Alejandra, que es la razón de la mia. Te amo.